La crítica de un documental siempre basa una buena parte de su argumentación en el hecho de si estás de acuerdo o no con el tema a tratar, es especialmente complicado ser objetivo. Aún así, un Oscar al mejor documental, un premio del Festival de Cannes, un Cesar de Academia de Cine Francesa y las numerosas valoraciones positivas que ha recibido desde su estreno en 2002 reafirman mi convicción de que Bowling for Columbine es una obra de calidad, no sólo por compartir mi opinión en contra de las armas.
El 20 de abril de 1999 ocurrieron dos cosas: Estados Unidos arrojó más bombas que nunca sobre Kosovo, y dos chicos entraron en el instituto de Columbine, en Littleton, Colorado, y mataron a tiros a 12 alumnos y un profesor, e hirieron a muchos más antes de quitarse ellos mismos la vida. Recuerdo claramente verlo en las noticias, no se hablaba de otra cosa. Por unos días, la Guerra quedó relegada a un segundo plano y los informativos se centraron en aportar todo cuanto pudieron acerca de la tragedia: imágenes de archivo de las videocámaras del colegio, grabaciones de las llamadas a la policía... Y, como se hace con cualquier hecho de tal impacto, se sensacionalizó hasta la médula. Los testimonios de las víctimas supervivientes y las destrozadas familias se repetían una y otra vez, especialmente aquéllos cargados de llantos y muestras de histeria. Numerosos psicólogos, psiquiatras y sociólogos eran entrevistados acerca de la naturaleza de los actos perpetrados. Yo ni siquiera había cumplido los 10 años y, aunque contaba con la experiencia suficiente como para no creer que el ser humano era todo bondad, observaba por primera vez lo monstruoso que podía llegar a ser, y, sobre todo, me di cuenta de lo complejo, confuso y a veces inexplicable de su comportamiento. Hasta entonces había creído en un principio de acción-reacción, todos los actos de crueldad venían desencadenados por factores perfectamente clarificados, como crecer en un entorno hostil, la falta de valoración o el haber vivido una experiencia traumática. Los sucesos de ese 20 de abril me abrieron los ojos por primera vez al infinito entramado de variables, muchas de ellas todavía no identificadas, que forman la ecuación de la personalidad.
Empleando la matanza de Columbine como punto de partida, Michael Moore pretende encontrar respuestas a esa pregunta que me planteé yo hace 13 años, pero centrándose en la sociedad americana y su inclinación a la violencia. El director explora cada faceta del asunto a través de entrevistas, imágenes de archivo, datos estadísticos y sus habituales técnicas de "rodaje guerrilla", en las que hace repentinas visitas a corporaciones o individuos insospechados y les plantea las últimas preguntas que les gustaría oir, o que están preparados para contestar.
Las entrevistas que contiene la película son memorables, desde un banco que regala armas de fuego, un par de adolescentes expulsados del instituto por ser considerados una "amenaza", el creador de los dibujos de South Park Matt Stone (que casualmente estudió en el mismo instituto en que se cometió la masacre) hasta un final con el actor y presidente de la NRA (Asociación Nacional del Rifle) Charlton Heston, que termina por abandonar la sala indignado.
Uno de mis momentos preferidos tiene lugar durante la entrevista con Marilyn Manson. Pese a que nunca me han gustado su música ni su arte, no puedo más que quitarme el sombrero ante la perfecta racionalización de sus argumentos, en los que explican cómo le han convertido en enemigo nº1 porque necesitaban de alguien a quien culpar y él era el objetivo perfecto. Entonces, cuando se le pregunta qué les habría dicho a los chicos de Columbine para haber evitado la masacre, responde "Primero habría escuchado lo que ellos tienen que decir".
El documental clarifica algunos puntos como que el acceso a las armas de fuego no es el único desencadenante de la alta tasa de criminalidad de Estados Unidos, puesto que en la vecina Canadá tienen las misma facilidades para conseguirlas, o que el estado del miedo y la inseguridad ciudadana no han dejado de crecer en los últimos años pese a que la tasa de criminalidad no ha parado de bajar, y ello es debido a la paranoia generada por el gobierno y los medios, que cada vez exageran más la morbosidad de los crímenes. Por lo demás, a penas da con respuestas a las preguntas que plantea, algo que Moore sabía (y advierte) desde el principio y que no quita interés ni calidad a la reflexión. Habiendo expuesto los hechos ,y deja abierto el abanico de reflexiones para que cada uno juzgue por su cuenta.
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