domingo, 18 de diciembre de 2011
Si hace una semana citaba Easy A como la excepción a las películas de instituto, el Grinch es lo propio a las navideñas. No nos engañemos, posee todos los ingrdientes principales: una población devota por la festividad, casas adornadas con tantas luces que podrían ser visibles desde el espacio, villancicos, una niña adorable (Taylor Momsen, la punkarra Jenny Humpfrey de Gossip Girl, cuando el maquillaje aún dejaba ver el color de sus ojos) y un malo malísimo que termina por hacerse bueno gracias al amor. Ahora el reto está en saber combinar adecuadamente estos elementos.
La película está basada en el libro escrito por Dr Seuss en 1957 "Cómo el Grinch robó la Navidad". Hollywood llevaba años luchando por sus derechos, que el autor se negaba rotundamente a ceder, hasta su muerte en 1991. A partir de ahí, todo consistió en una serie de trámites y en el año 2000 vio la luz esta cinta.
Dentro de un copo de nieve se sitúa el pueblo de Villaquién, y sus habitantes, los Quién, adoran la Navidad. Todos excepto uno, el cínico y misántropo Grinch (Jim Carrey), que vive apartado en lo alto de una montaña con su perro Max como única compañía.
Cuando la pequeña Cindy Lou (Taylor) se entera de su existencia, se interesa por él, y comienza a investigar acerca de su pasado. Descubre que era un niño de inusual apariencia objeto de las burlas de todos, lo que lo llevó al aislamiento y la hostilidad, y a tener un corazón dos tallas menor. Emocionada por la historia, Cindy decide ir a buscarlo e intentar integrarlo en la sociedad, pero, como es de esperar, sus esfuerzos desembocan en una serie de catástrofes que están a punto de arruinar la gran fiesta navideña.
La película es un compendio de cálidos y anticuados valores familiares adornados con una increíble decoración, maquillaje y vestuario. Jim Carrey nos deleita con una virtuosísima actuación, muy en la línea de La Máscara, contorneando todo su cuerpo frenéticamente a pesar de el enorme y peludo traje verde que lo envuelve, poniendo un sinfín de voces divertidas y corriendo arriba y abajo de la pantalla con la energía de un niño de 6 años que haya tomado demasiada CocaCola. Además, los efectos visuales son otro punto a favor, transportando al espectador a ese mágico mundo que es Villaquien. Los escenarios son idílicos paisajes invernales, cubiertos del cielo al suelo por capas de suave nieve e infinitas luces de colores.
Como narrador, Anthony Hopkins (en la verisón original) resulta ideal para recitar los versos de la historia, y presentarnos al final su moraleja anti-consumista, aunque poco clarificada (es Hollywood, al fin y al cabo).
Excepto alguna trama argumental que en mi opinión sobra, como el triágulo amoroso ente el Grinch, la mujer del alcalde y el alcalde, y pese a la cantidad de clichés que presenta, es una película tremendamente entretenida perfecta para una hogareña sesión de cine con manta, sofá y un café calentito.
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