Si eres de los que creen que una buena serie tiene que ser fácil, sencilla, buenrollista y ligerita, deja de leer. Breaking Bad no es para ti.
Me hallo en plena tercera temporada, y sigue siendo tan buena como siempre. Y tan terriblemente deprimente. Pocas series son tan atractivas y a la vez tan repulsivas. Superadas ya las polémicas iniciales que suscitó el que estuviese protagonizada por un fabricante de drogas (accidental, eso sí), moribundo y completamente superado por las circunstancias, que él fuese “el bueno de la peli”, Breaking Bad consta ya como uno de los mejores dramas televisivos de la década pasada y, si sigue así, también de ésta. Pocas series tienen un estilo más personal y se traicionan menos a sí mismas. El público fiel no puede quejarse de que su serie se haya aburguesado, o se haya edulcorado, intentando agrandar su base de espectadores. Nada de eso.
Lo que nos cuenta esta serie no podría estar más alejado de nosotros, pero al mismo tiempo es todo perfectamente reconocible. La cruda realidad. Las cosas no son como en las películas, la sangre mancha, la gente se caga encima cuando tiene miedo. Esos rincones sórdidos que tantas películas y series evitan son los que saca a la luz ‘Breaking Bad’. Walter White, el desgraciado magistralmente interpretado por Bryan Cranston, se convierte así en el antihéroe (odio esta palabra, qué manoseada está) por excelencia. Sin él, nada esto sería posible.
La serie nos enfrenta a sensaciones nada agradables: asco, vergüenza, rendición, decepción, traición, vacío, soledad, putrefacción. Nos introduce en una historia en la que la esperanza es siempre algo escurridizo y efímero. No debería ser ésta una serie épica, ni espectacular, ni grandilocuente y, sin embargo, es todo eso y más. Bryan Cranston, nos demuestra que la vida es una jodida tras otra, que siempre se puede ir a peor y que nada es ni fácil, ni rápido ni cómodo. Breaking Bad tampoco lo es, ni queremos que lo sea. Lo que queremos es seguir disfrutándola como es. Seguir disfrutándola y seguir sufriéndola.
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