Tenía yo anoche los pies muy fríos y era muy tarde. Entonces me acordé de que tú dices que una no se duerme hasta que sus pies están calientes, que es imposible con los pies fríos.
Te aseguro que antes de que me lo dijeras, aunque tuviera los pies helados, era capaz de dormirme. Ahora, siempre que me acuesto los noto fríos, y pienso en lo que tú dices.
Yo casi nunca tengo sueño, duermo más bien poco. Pero cuando tengo ganas de dormir, me fastidia mucho no poder hacerlo, y me fastidia aún más que sea por pensar en eso.
Por tu culpa tengo que acurrucarme y envolver los pies con mis manos, esperando a que tomen calor, y para conseguirlo, tengo que esperar un rato muy largo, porque mis manos tampoco suelen ser cálidas.
Como tengo que esperar tanto, me pongo a pensar en demasiadas cosas. Por ejemplo, en lo poco que tardarían mis pies en calentarse si los enredara con los tuyos, o en la poca gana que tengo de dormir sola, o en las pocas veces que he dormido contigo y las muchas que me gustaría haber dormido.
Al final los pies se me calientan y ya me puedo dormir.
Me duermo con los pies calientes, pero con tristeza por haber tenido que pensar demasiado. Vamos, que es un fastidio, y que prefiero mis pies fríos.
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