De pequeña quería ser Dios. El Dios de los cristianos, con D mayúscula. Cuando crecí un poco me di cuenta de que mis expectativas eran demasiado altas y decidí rebajarlas un poco, entonces pasé a querer ser mesías. Esa vez tardé algo menos en darme cuenta de mi error, y de nuevo bajé unos cuantos peldaños en la escala de aspiraciones, para colocarme a la altura de los seres humanos: sería astronauta. La primera mujer (y el primer ser humano) en llegar a marte, y a júpiter, y a saturno... Pero a medida que pasaban los años, mi metro sesenta y mis nulas aptitudes físicas terminaron por hacerme descender unos kilómetros: me convertiría en piloto. Tendría mi propio avión, con el cual me escaparía a alaska, groenlandia, nueva zelanda y la antártida, para que, fuera donde fuera, todos las personas me parecieran iguales: meros puntos en la lejanía. no existirían hombres ni mujeres, blancos ni negros, rubios, morenos o pelirrojos, narices puntiagudas o mentones prominentes, sólo manchas borrosas sin identidad ni genética.
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