Yo siempre te digo que te pasas de lírica, tú a mí, de irónica. Pero nos encanta. Por eso te repito una y otra vez que ojalá tuviera tu facilidad para convertir en bonitos hasta los hechos más horrendos, para conseguir emocionar hasta con las cosas más banales. Y tú me respondes con que pagarías por tener mi capacidad para sacar ese humor amargo a todo cuanto me rodea.
Ya ves, que somos polos opuestos y nos admiramos mutuamente. Tú eres la parte enfática, la pasional, la que cree que el amor pude mover montañas. Eres la que se emociona con las películas y que necesita constantemente el calor ajeno. Yo soy la fría, la escéptica, la desconfiada, la que enseña los dientes con demasiada frecuencia y que nunca se acerca demasiado a nadie. El ying y el yang, como nos gustaba decir.
Y, sin embargo, al final somos iguales. Al final ambas somos unas utópicas con esa estúpida idea de que podremos cambiar el mundo. Al final ambas recurrimos al papel para todo, para desahogarnos cuando estamos tristes, para defendernos cuando nos atacan, para gritar cuando tenemos algo que decir.
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