Verano era una palabra tranquila y suave que traía consigo ese sabor a modorra y helado, a tardes muertas de calor en una infancia ya dejada. Verano ahora es la vuelta a Vigo, la pérdida temporal de esa falsa independencia que da estudiar fuera de casa. Pero este verano es diferente, porque te quiero y estás lejos. Quiero verte. Quiero océnao. Quiero besos con sal, contigo. Pero es verano, no tenemos un duro y toca casa, cena de familia, devolver los abrazos que no pude darte durante el curso. Y yo sólo pienso en verte, en convertir en metros los kilómetros, en compartir mis veintidos veranos contigo. Me llamas. Tus abuelos dejan libre el apartamento de Nigrán una semana. Me recoges en el portal y estás tan guapo que no me atrevo ni a tocarte. El apartamento es viejo y huele a rancio, pero subes las persianas y me quedo muda, con el mar ahí colándose por la ventana. Te pido que llevemos la cama al salón y cuando amanece nos despertamos, como aquella vez, con el sol en los ojos y un poco de frío en los huesos.
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