Mitologías de civilizaciones tan remotas e incomunicadas como Mesopotamia y América Central, dan por cierta la presencia fugaz sobre la tierra de una raza de gigantes o titanes engendrados por el pecado, por lo que la perversidad era consustancial a su naturaleza y se veían inclinados al mal y a la violencia. Las mitologías coinciden también en que fueron estos seres de origen tenebroso y destino trágico quienes enseñaron a los hombres las cosas que habían de permitirles dominar el mundo: el fuego, la agricultura, la escritura, la medicina, la adivinación y los horóscopos, la técnica de trabajar los metales y fundir estatuas, de donde saldrían los ídolos, y la fabricación y el manejo de las armas. No hay acuerdo sobre si estas aportaciones fueron buenas o malas o si los hombres habrían podido sobrevivir sin ellas. Sí hay acuerdo sobre el fin de esta raza: con las armas de que ellos mismos se habían dotado, lucharon entre sí hasta acabar los unos con los otros sin excepción. En algunas versiones, sus huesos amontonados son el origen de las montañas. Otra versión menciona como de soslayo, un grupo reducido de individuos, que a veces son ángeles y a veces hombres, dedicado a llorar su recuerdo por toda la eternidad, inútilmente.
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