Me dejó. Como se abandonan los juguetes viejos e incluso los sueños. Agotó la última gota de mi pobre salud mental y estremeció hasta la entraña más oculta de aquel recógnito lugar. Enterneció cada ángulo, comisura y recodo de mi ciudad, convirtió las noches más efímeras en torturas espaciales y jamás propició una pizca de piedad por la humedad que emitía mi cuerpo. Como siempre sin avisar, volvió. Taciturno y pausado, tan demente y perturbado... que olvidé lo que era vivir sin él.
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