jueves, 22 de octubre de 2009

Estimado señor que (dicen) está ahí arriba:


Siento no poder referirme a usted por su nombre de pila, pero es que tampoco tengo muy claro cual es. He oído muchas versiones como "alá", "jesús" o "ra", y, ante semejante confusión semántica, he optado por no inclinarme por ninguno y reclamarle por una forma común, esperando que se de por aludido.

Antes de nada, ha de saber que recurro a usted como última y exasperada medida, ya que he agotado todas las que estaban a ras de suelo. Nunca creí que tendría que llegar a esto, pero, en vista de que cualquier otra opción daba resultados nulos, me he sentido obligada a hacerlo. Ya sabe usted eso que se dice de que en situaciones desesperadas, medidas desesperadas, así que a eso estamos.

Aún así, no piense que me he cambiado de bando y ahora me trago todas sus patrañas, estoy reclamando su ayuda sin demasiada esperanza, ya que no sé qué me cabe esperar de alguien (porque es usted un "alguien", no?) con quien después de hablar, uno se queda igual que estaba, no recibe ni una voz, ni una palmadita en la espalda, ni siquiera un abrazo de esos que no solucionan nada pero que por lo menos reconfortan el alma durante un ratito. No, la gente le habla y le habla, y usted se queda callado, ahí arriba, observándolos, y como ellos a usted no pueden verle, a saber qué hará, si se estará reventando espinillas (suponiendo que tenga usted espinillas, que como nunca he visto ni una imagen suya) mientras se ríe de cómo una quinceañera le ruega que convenza usted a su madre para que la deje ir al baile de fin de curso. De verdad, no entiendo por qué la gente le habla tanto, sí es verdad que usted sabe guardar bien los secretos y que todo lo que le contemos jamás será revelado, pero, de qué nos sirve si usted no hace nada al respecto?. Porque oiga, que yo jamás le he pedido nada, pero mi abuela mire si no le pidió cosas y usted se las renegó, y lo sé porque cuando era pequeña a veces me asomaba a la puerta de su habitación y la veía de rodillas, con la manos entrelazadas y los ojos cerrados, suplicándole que mejorase las cosechas o que curase a mi abuelo, y usted no lo hizo. Tal vez estuviese ocupado, no lo sé, pero en el colegio me dijeron que es usted omnipresente y según mi profesor de lengua eso significa que está usted en todas partes, así que tuvo que haberla escuchado por narices.

Pero a lo que iba, que me estoy liando demasiado. Le escribo esto porque quiero pedirle un favor, aunque no lo merezca, quiero pedirle que cure usted a mi madre. Sí, ya sabe, mi madre, no creo que haga falta que le de sus apellidos, DNI, domicilio y grupo sanguíneo porque usted, además de omnipresente, es omnipotente y todo lo sabe. Quiero que la cure, pero que la cure de verdad. Que le ponga un corazón nuevo o que le arregle el que ya tiene, pero que se lo arregle bien, no como hacen con los coches en el taller que sólo te lo arreglan a medias para que luego tengas que volver a pasarte por ahí. Quiero que vuelva a ser la que era antes, hasta con sus gritos y reprimendas incluidos, que no sabe lo que los echo de menos a veces.

Sé que probablemente no leerá usted esto y que si lo lee hará caso omiso, como hizo con mi abuela y como hace con los miles (qué digo miles, millones) de personas que le ruegan a diario. Y sé que no debería ser su prioridad, habiendo tanta gente que se muere de hambre en el mundo, tanta que fallece en guerras, tantas mujeres asesinadas a manos de sus parejas, tantas violaciones, tantos accidentes de tráfico, tantas enfermedades infecciosas, tanta explotación laboral, tanta violencia racista, tanto mal en el mundo, y yo estoy aquí con mis insignificantes trivialidades. Pero en el supuesto de que tenga usted un ratito libre entre el conflicto de Palestina y el bocadillo de mediodía, tal vez pudiera hacer algo. Además, se acerca la navidad, y en navidad todo es posible, o al menos eso dicen los anuncios del corte inglés.

No pienso flagelarme, ni atizarme con un látigo, ni colocarme un cilicio alrededor del muslo, ni sacrificar a mi tortuga. No pienso ni siquiera pasarme por misa, como mucho encenderé un par de velitas de esas que venden en los chinos a 2 por 1 euro, porque repito que no creo (o más bien no confío) en usted, sólo lo hago porque sé que no tengo nada que perder y, en el remoto caso de que así sea, sí tengo mucho que ganar. Así que me despido, no sin antes agradecerle su tiempo si es que usted lo ha empleado.


Atentamente

Helen, que está más on fire que nunca

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